Cuando de pequeña iba a esa casa en la que los escasos rayos de sol entraban separando la oscuridad, y avanzaba por las salas de paredes abarrotadas de bodegones y paisajes y montaba mi caballete, rodeada de gente adulta, me sentía mayor. Absorbía cada ápice de sabiduría que salía de esas manos llenas de arrugas. Cerraba los ojos, levantaba la cabeza y el olor a trementina y aceite me transportaba a unos parajes imaginarios llenos de belleza.
Los bodegones y paisajes se han transformado en líneas rectas perfilando elementos cotidianos que quedan fijos en mi retina, y en colores que se tornan en una obsesión.
Ahora, al oler a trementina y aceite, cierro los ojos y levanto la cabeza transportándome a la belleza de esa casa de habitaciones oscuras.
Mi pintura es ante todo primaria, no sólo por la elección de colores radiantes, sino también porque consigue traducir lo cotidiano en un lenguaje primario y espontáneo, eléctrico y punk.
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